martes, 20 de mayo de 2014

A comer!

Ya era de noche cuando en la casa de mamá y papá gato se escuchó:
  • ¡A comeeeer! –llamó mamá
Y puso algunos fideos y dos chauchas en el plato de Patitas de Seda; pero Patitas de Seda estaba mirando a papá que sacaba algo del horno.
Papá había horneado unos bizcochitos dulces.
  • No tengo hambre. –dijo Patitas de Seda, empujando el plato. – Pero sí voy a comer un bizcochito.
  • Los bizcochos son para después de comer. –dijo papá, con voz fuerte.
  • Entonces ahora es después de comer. –dijo Patitas de Seda. – Porque no voy a cenar.
Mamá dijo:
  • Puedes retirarte de la mesa y no vuelvas hasta que quieras comer. Después tendrás tu bizcocho.
Patitas de Seda tomó una hoja de papel y empezó a dibujar. Dibujó un plato vacío.
  • ¿Ves, papá? –le dijo. – Mi plato está vacío, ¿Puedo ahora comer mi postre?
Entonces, rápidamente, papá tomó otra hoja de papel y también dibujó algo.
  • Aquí tienes un sabroso bizcochito. –dijo.
  • ¡No quiero un bizcocho de papel! –lloró desconsolada Patitas de Seda.
  • Entonces termina tu cena. –le dijo mamá.
  • ¿Estos dos bocados? –preguntó Patitas de Seda.
  • No, toda la comida. –respondió mamá, decidida.
Patitas de Seda suspiró y probó dos bocados. Pensando en los bizcochos le vinieron ganas de comer y comió un poco más, hasta que, sin darse cuenta, había terminado todo. Entonces vio que su plato estaba vacío.
  • Ahora sí, ya está. –exclamó muy contenta Patitas de Seda.

Papá y mamá le dieron un vaso de leche, dos bizcochos y un grande y fuerte besito de gatos.



Adivina Adivinador

Con unos zapatos grandes
y la cara muy pintada
soy el que hace reír
a toda la chiquilinada.
(el payaso)





La cartera, compañera,
me acompaña con frecuencia,
voy de portal en portal,
llevando las cartas hasta tu hogar.
(el cartero)






Agita el cartucho,
carga la pistola,
pasa un algodón
y pone la inyección.
(la enfermera)


















Trabaja en T.V.
teatro y cine,
drama o comedia
actúa y repite.
(el actor)







Ruleros, peines,
usa tijeras,
dejando hermosas
las cabelleras.
(el peluquero)










El ratón Garcìa

Aquella fue una temporada distinta porque a los chicos se les cayeron más dientes que nunca. ¡Los ratones Pérez no daban abasto!
Una noche, por fin, los ratones decidieron que por primera vez emplearían un ayudante ajeno a la familia. El elegido fue el primero que pasó, el joven ratón García.
Pero no hubo tiempo de enseñarle la tarea, sólo le dieron una bolsita con monedas y las direcciones de los chicos a los que había que llevárselas.
Con el primer chico, el ratón García se equivocó de dirección. Buscó y buscó debajo de la almohada, pero no encontró nada. Nervioso, le abrió la boca para comprobar si le faltaba un diente pero, en ese momento, el niño se despertó y, asustado, comenzó a gritar tan fuerte que su padre, de la otra habitación, lo escuchó y corrió a ver qué estaba ocurriendo. Al encender la luz, descubrió al ratón García y, sin dudarlo, atacó a zapatillazos al pequeño ratón.
Aturdido por los golpes, el ratón se dirigió a la casa del segundo chico que tenía en su lista de direcciones pero, al llegar, encontró, debajo de la almohada un diente, dos dientes, tres, cuatro, cinco, ¡Veinte dientes!
El ratón se quedó muy sorprendido, y pensó que la solución más conveniente era dejarle todas las monedas (claro, él no sabía mucho sobre dientes).
Cuando regresó al depósito de los ratones Pérez a buscar más monedas, y luego de explicarle a todos lo que había ocurrido, el ratón tesorero, encargado de recibir y entregar monedas, se puso furioso y regañó al ratón García:
  • Ese chico pone debajo de la almohada, diente de plástico. ¡Te ha engañado! –gritó.
El ratón García se sentía muy apenado. Prometió que iba a tener más cuidado y estaría atento para que no lo vuelvan a engañar. El ratón tesorero le entregó más monedas y García partió.
Cuando llegó a la tercer casa, García se confundió de habitación, allí se encontraba durmiendo el abuelo del niño, sobre la mesita de luz estaba su dentadura postiza. Nuevamente sorprendido, García exclamó:
  • ¡No puede ser, se le salieron todos los dientes!
Pero antes de que lo engañen, se aseguró que no sean de plástico. Cuando quiso levantarlos, se dio cuenta que eran muy pesados:
  • ¡Estos dientes son de verdad! –pensó el ratón.
Y muy entusiasmado, le entregó todas las monedas.
Cuando regresó y les contó a sus compañeros lo que había ocurrido, se enojaron mucho con él. Lo que ocurría era que el ratón García era tan despistado que no podía realizar bien su tarea. El gerente Pérez estaba tan preocupado que decidió llamar a un buen amigo, el ratón Benítez, para que lo ayude.
El ratón Benítez escuchó atento todas las declaraciones, y finalmente dijo:
  • Este ratón está muy distraído, pero yo sé lo que le ocurre, le falta un buen incentivo, ¡Ya sé! Este ratón trabajará conmigo juntando quesos, y luego de cada jornada, podrá llevarse un pedazo a su casa.
El ratón García, al escuchar esto, sonrió de felicidad. Este sí era un trabajo para él. Y con un pedacito de queso en su boca, se unió a la fila de ratones trabajadores.


lunes, 19 de mayo de 2014

"Alma."


"Belleza en las nubes"


"El Patito Feo".


"El Ruiseñor y la Rosa." -Oscar Wilde.

—Dijo que bailaría conmigo si le llevaba una rosa roja —se lamentaba el joven estudiante—, pero no hay una solo rosa roja en todo mi jardín.
Desde su nido de la encina, le oyó el ruiseñor. Miró por entre las hojas asombrado.
—¡No hay ni una rosa roja en todo mi jardín! —gritaba el estudiante.
Y sus bellos ojos se llenaron de llanto.
—¡Ah, de qué cosa más insignificante depende la felicidad! He leído cuanto han escrito los sabios; poseo todos los secretos de la filosofía y encuentro mi vida destrozada por carecer de una rosa roja.
—He aquí, por fin, el verdadero enamorado —dijo el ruiseñor—. Le he cantado todas las noches, aún sin conocerlo; todas las noches les cuento su historia a las estrellas, y ahora lo veo. Su cabellera es oscura como la flor del jacinto y sus labios rojos como la rosa que desea; pero la pasión lo ha puesto pálido como el marfil y el dolor ha sellado su frente.
—El príncipe da un baile mañana por la noche —murmuraba el joven estudiante—, y mi amada asistirá a la fiesta. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja, la tendré en mis brazos, reclinará su cabeza sobre mi hombro y su mano estrechará la mía. Pero no hay rosas rojas en mi jardín. Por lo tanto, tendré que estar solo y no me hará ningún caso. No se fijará en mí para nada y se destrozará mi corazón.
—He aquí el verdadero enamorado —dijo el ruiseñor—. Sufre todo lo que yo canto: todo lo que es alegría para mí es pena para él. Realmente el amor es algo maravilloso: es más bello que las esmeraldas y más raro que los finos ópalos. Perlas y rubíes no pueden pagarlo porque no se halla expuesto en el mercado. No puede uno comprarlo al vendedor ni ponerlo en una balanza para adquirirlo a peso de oro.
—Los músicos estarán en su estrado —decía el joven estudiante—. Tocarán sus instrumentos de cuerda y mi adorada bailará a los sones del arpa y del violín. Bailará tan vaporosamente que su pie no tocará el suelo, y los cortesanos con sus alegres atavíos la rodearán solícitos; pero conmigo no bailará, porque no tengo rosas rojas que darle.
Y dejándose caer en el césped, se cubría la cara con las manos y lloraba.
—¿Por qué llora? —preguntó la lagartija verde, correteando cerca de él, con la cola levantada.
—Sí, ¿por qué? —decía una mariposa que revoloteaba persiguiendo un rayo de sol.
—Eso digo yo, ¿por qué? —murmuró una margarita a su vecina, con una vocecilla tenue.
—Llora por una rosa roja.
—¿Por una rosa roja? ¡Qué tontería!
Y la lagartija, que era algo cínica, se echo a reír con todas sus ganas.
Pero el ruiseñor, que comprendía el secreto de la pena del estudiante, permaneció silencioso en la encina, reflexionando sobre el misterio del amor.
De pronto desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo. Pasó por el bosque como una sombra, y como una sombra atravesó el jardín. En el centro del prado se levantaba un hermoso rosal y, al verlo, voló hacia él y se posó sobre una ramita.
—Dame una rosa roja —le gritó —, y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el rosal meneó la cabeza.
—Mis rosas son blancas —contestó—, blancas como la espuma del mar, más blancas que la nieve de la montaña. Ve en busca del hermano mío que crece alrededor del viejo reloj de sol y quizá el te dé lo que quieres.
Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía entorno del viejo reloj de sol.
—Dame una rosa roja —le gritó —, y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el rosal meneó la cabeza.
—Mis rosas son amarillas —respondió—, tan amarillas como los cabellos de las sirenas que se sientan sobre un tronco de árbol, más amarillas que el narciso que florece en los prados antes de que llegue el segador con la hoz. Ve en busca de mi hermano, el que crece debajo de la ventana del estudiante, y quizá él te dé lo que quieres.
Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía debajo de la ventana del estudiante.
—Dame una rosa roja —le gritó—, y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el arbusto meneó la cabeza.
—Mis rosas son rojas —respondió—, tan rojas como las patas de las palomas, más rojas que los grandes abanicos de coral que el océano mece en sus abismos; pero el invierno ha helado mis venas, la escarcha ha marchitado mis botones, el huracán ha partido mis ramas, y no tendré más rosas este año.
—No necesito más que una rosa roja —gritó el ruiseñor—, una sola rosa roja. ¿No hay ningún medio para que yo la consiga?
—Hay un medio —respondió el rosal—, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo.
—Dímelo —contestó el ruiseñor—. No soy miedoso.
—Si necesitas una rosa roja —dijo el rosal —, tienes que hacerla con notas de música al claro de luna y teñirla con sangre de tu propio corazón. Cantarás para mí con el pecho apoyado en mis espinas. Cantarás para mí durante toda la noche y las espinas te atravesarán el corazón: la sangre de tu vida correrá por mis venas y se convertirá en sangre mía.
—La muerte es un alto precio para pagar por una rosa roja —exclamó el ruiseñor—, y todo el mundo ama la vida. Es grato posarse en el bosque verdeante y mirar al sol en su carro de oro y a la luna en su carro de perlas. Suave es el aroma de los nobles espinos. Dulces son las campanillas que se esconden en el valle y los brezos que cubren la colina. Sin embargo, el amor es mejor que la vida. ¿Y qué es el corazón de un pájaro comparado con el de un hombre?
Entonces desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo. Pasó por el jardín como una sombra y como una sombra cruzó el bosque.
El joven estudiante permanecía tendido sobre el césped allí donde el ruiseñor lo dejó y las lágrimas no se habían secado aún en sus bellos ojos.
—Sé feliz —le gritó el ruiseñor—, sé feliz; tendrás tu rosa roja. La crearé con notas de música al claro de luna y la teñiré con la sangre de mi propio corazón. Lo único que te pido a cambio es que seas un verdadero enamorado, porque el amor es más sabio que la filosofía, aunque ésta sea sabia; más fuerte que el poder, por fuerte que éste lo sea. Sus alas son color de fuego y su cuerpo color de llama; sus labios son dulces como la miel y su hálito es como el incienso.
El estudiante levantó los ojos del césped y prestó atención; pero no pudo comprender lo que le decía el ruiseñor, pues sólo sabía las cosas que están escritas en los libros.
Pero la encina lo comprendió y se puso triste, porque amaba mucho al ruiseñor que había construido su nido en sus ramas.
—Cántame la última canción —murmuró—. ¡Me quedaré tan triste cuando te vayas!
Entonces el ruiseñor cantó para la encina, y su voz era como el agua que ríe en una fuente argentina.
Al terminar la canción, el estudiante se levantó, sacando al mismo tiempo su cuaderno de notas y su lápiz.
«El ruiseñor —se decía paseándose por la alameda—, el ruiseñor posee una belleza innegable, ¿pero siente? Me temo que no. Después de todo, es como muchos artistas: puro estilo, exento de sinceridad. No se sacrifica por los demás. No piensa más que en la música y en el arte; como todo el mundo sabe, es egoísta. Ciertamente, no puede negarse que su garganta tiene notas bellísimas. ¡Qué lástima que todo eso no tenga sentido alguno, que no persiga ningún fin práctico!»
Y volviendo a su habitación, se acostó sobre su jergoncillo y se puso a pensar en su adorada. Al poco rato se quedo dormido. Y cuando la luna brillaba en los cielos, el ruiseñor voló al rosal y colocó su pecho contra las espinas. Toda la noche cantó con el pecho apoyado sobre las espinas, y la fría luna de cristal se detuvo y estuvo escuchando toda la noche.
Cantó durante toda la noche, y las espinas penetraron cada vez más en su pecho, y la sangre de su vida fluía de su pecho. Al principio cantó el nacimiento del amor en el corazón de un joven y de una muchacha, y sobre la rama más alta del rosal floreció una rosa maravillosa, pétalo tras pétalo, canción tras canción. Primero era pálida como la bruma que flota sobre el río, pálida como los pies de la mañana y argentada como las alas de la aurora.
La rosa que florecía sobre la rama más alta del rosal parecía la sombra de una rosa en un espejo de plata, la sombra de la rosa en un lago. Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
—Apriétate más, ruiseñorcito —le decía—, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada.
Entonces el ruiseñor se apretó más contra las espinas y su canto fluyó más sonoro, porque cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un hombre y de una virgen. Y un delicado rubor apareció sobre los pétalos de la rosa, lo mismo que enrojece la cara de un enamorado que besa los labios de su prometida.
Pero las espinas no habían llegado aún al corazón del ruiseñor; por eso el corazón de la rosa seguía blanco: porque sólo la sangre de un ruiseñor puede colorear el corazón de una rosa. Y el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
—Apriétate más, ruiseñorcito —le decía—, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada.
Entonces el ruiseñor se apretó aún más contra las espinas, y las espinas tocaron su corazón y él sintió en su interior un cruel tormento de dolor. Cuanto más acerbo era su dolor, más impetuoso salía su canto, porque cantaba el amor sublimado por la muerte, el amor que no termina en la tumba.
Y la rosa maravillosa enrojeció como las rosas de Bengala. Purpúreo era el color de los pétalos y purpúreo como un rubí era su corazón. Pero la voz del ruiseñor desfalleció. Sus breves alas empezaron a batir y una nube se extendió sobre sus ojos. Su canto se fue debilitando cada vez más. Sintió que algo se le ahogaba en la garganta. Entonces su canto tuvo un último destello. La blanca luna le oyó y, olvidándose de la aurora, se detuvo en el cielo.
La rosa roja le oyó; tembló toda ella de arrobamiento y abrió sus pétalos al aire frío del alba. El eco le condujo hacia su caverna purpúrea de las colinas, despertando de sus sueños a los rebaños dormidos. El canto flotó entre los cañaverales del río, que llevaron su mensaje al mar.
—Mira, mira —gritó el rosal—, ya está terminada la rosa.
Pero el ruiseñor no respondió; yacía muerto sobre las altas hierbas, con el corazón traspasado de espinas.
A medio día el estudiante abrió su ventana y miró hacia afuera.
—¡Qué extraña buena suerte! —exclamó—. ¡He aquí una rosa roja! No he visto rosa semejante en toda vida. Es tan bella que estoy seguro de que debe tener en latín un nombre muy enrevesado. E inclinándose, la cogió.
Inmediatamente se puso el sombrero y corrió a casa del profesor, llevando en su mano la rosa. La hija del profesor estaba sentada a la puerta. Devanaba seda azul sobre un carrete, con un perrito echado a sus pies.
—Dijiste que bailarías conmigo si te traía una rosa roja —le dijo el estudiante—. He aquí la rosa más roja del mundo. Esta noche la prenderás cerca de tu corazón, y cuando bailemos juntos, ella te dirá cuánto te quiero.
Pero la joven frunció las cejas.
—Temo que esta rosa no armonice bien con mi vestido —respondió—. Además, el sobrino del chambelán me ha enviado varias joyas de verdad, y ya se sabe que las joyas cuestan más que las flores.
—¡Oh, qué ingrata eres! —dijo el estudiante lleno de cólera.
Y tiró la rosa al arroyo. Un pesado carro la aplastó.
—¡Ingrato! —dijo la joven—. Te diré que te portas como un grosero; y después de todo, ¿qué eres? Un simple estudiante. ¡Bah! No creo que puedas tener nunca hebillas de plata en los zapatos como las del sobrino del chambelán.
Y levantándose de su silla, se metió en su casa.
«¡Qué tontería es el amor! —se decía el estudiante a su regreso—. No es ni la mitad de útil que la lógica, porque no puede probar nada; habla siempre de cosas que no sucederán y hace creer a la gente cosas que no son ciertas. Realmente, no es nada práctico, y como en nuestra época todo estriba en ser práctico, voy a volver a la filosofía y al estudio de la metafísica.»
Y dicho esto, el estudiante, una vez en su habitación, abrió un gran libro polvoriento y se puso a leer.
FIN




El Ave Fénix. -Hans Christian Andersen

En el jardín del Paraíso, bajo el árbol de la sabiduría, crecía un rosal. En su primera rosa nació un pájaro; su vuelo era como un rayo de luz, magníficos sus colores, arrobador su canto.Pero cuando Eva cogió el fruto de la ciencia del bien y del mal, y cuando ella y Adán fueron arrojados del Paraíso, de la flamígera espada del ángel cayó una chispa en el nido del pájaro y le prendió fuego. El animalito murió abrasado, pero del rojo huevo salió volando otra ave, única y siempre la misma: el Ave Fénix. Cuenta la leyenda que anida en Arabia, y que cada cien años se da la muerte abrasándose en su propio nido; y que del rojo huevo sale una nueva ave Fénix, la única en el mundo.El pájaro vuela en torno a nosotros, rauda como la luz, espléndida de colores, magnífica en su canto. Cuando la madre está sentada junto a la cuna del hijo, el ave se acerca a la almohada y, desplegando las alas, traza una aureola alrededor de la cabeza del niño. Vuela por el sobrio y humilde aposento, y hay resplandor de sol en él, y sobre la pobre cómoda exhalan, su perfume unas violetas.Pero el Ave Fénix no es sólo el ave de Arabia; aletea también a los resplandores de la aurora boreal sobre las heladas llanuras de Laponia, y salta entre las flores amarillas durante el breve verano de Groenlandia. Bajo las rocas cupríferas de Falun, en las minas de carbón de Inglaterra, vuela como polilla espolvoreada sobre el devocionario en las manos del piadoso trabajador. En la hoja de loto se desliza por las aguas sagradas del Ganges, y los ojos de la doncella hindú se iluminan al verla.¡Ave Fénix! ¿No la conoces? ¿El ave del Paraíso, el cisne santo de la canción? Iba en el carro de Thespis en forma de cuervo parlanchín, agitando las alas pintadas de negro; el arpa del cantor de Islandia era pulsada por el rojo pico sonoro del cisne; posada sobre el hombro de Shakespeare, adoptaba la figura del cuervo de Odin y le susurraba al oído: ¡Inmortalidad! Cuando la fiesta de los cantores, revoloteaba en la sala del concurso de la Wartburg.¡Ave Fénix! ¿No la conoces? Te cantó la Marsellesa, y tú besaste la pluma que se desprendió de su ala; vino en todo el esplendor paradisíaco, y tú le volviste tal vez la espalda para contemplar el gorrión que tenía espuma dorada en las alas.¡El Ave del Paraíso! Rejuvenecida cada siglo, nacida entre las llamas, entre las llamas muertas; tu imagen, enmarcada en oro, cuelga en las salas de los ricos; tú misma vuelas con frecuencia a la ventura, solitaria, hecha sólo leyenda: el Ave Fénix de Arabia.En el jardín del Paraíso, cuando naciste en el seno de la primera rosa bajo el árbol de la sabiduría, Dios te besó y te dio tu nombre verdadero: ¡poesía!FIN